Asfixiado. Confuso. Con miedo. Aquella noche me
desperté tosiendo de tal forma que me era imposible almacenar algo de oxígeno
en mis pulmones, los cuales parecían pinchados e inútiles. Me incorpore como
pude agitando las manos buscando ni yo sabía que, o quizás pretendían disipar
aquella neblina venidera de un cigarrillo encendido a medio terminar. Seguí
tosiendo fuertemente un buen rato más después de abrir los ojos aun legañosos y
sumidos en un extraño sueño. Ojala esto lo fuese.
No era la primera vez que me sorprendía un repentino
ataque de tos, los cuales eran demasiado frecuentes últimamente y comenzaba a
crisparme.
No había ido al médico.
Ni pensaba hacerlo.
Definitivamente no iría.
¿Qué necesidad había de que diagnosticasen lo
evidente?
Me estaba muriendo y lo sabía.
Ya no podía dar una profunda bocanada de aire, ni
correr, y a veces era más cómodo incluso dejar de hablar pues la garganta
pronto se resentía y apagaba mi ronca voz. Toda la vida naufragando en un mar
de problemas y debía de haber una manera con la cual evadirme de ellos.
Necesitaba por así decirlo… un comodín…o una mentira.
No era tonto, realmente no consideraba que fuera
así, pero de todas formas trataba de engañarme a mí mismo, algo propio de
alguien completamente estúpido. Así fue como halle refugio en un paquete de tabaco con tal de no
enfrentarme a la realidad.
Si estaba algo estresado, un cigarrillo. En caso de
enfado, otro. ¿Un día que me pillara de buenas...? Eso había que celebrarlo,
unos cuantos más que consumía con ansia.
Ah… felicidad… hacía tiempo que no gozaba de eso.
Creo tener el vago recuerdo de que alguna vez lo fui. A veces sueño con su silueta,
el surco de sus labios, unos grandes ojos que iluminaban el día. Era preciosa y
me llenaba de orgullo el poder decir que era mi mujer. Lo era. Uno de esos
brillantes días siempre vestidos entre el amor que sentía y el humo de mis
preciados cigarrillos, una prueba médica a la que fui de mala gana por ella dió
unos malos resultados. Mi pobre esposa se enfadó muchísimo, pues ella siempre
me había animado a dejar ese vicio tan jodidamente dañino. Sabía que seguir así
era adelantar una entrevista con la muerte pero abandonarlo…me era inconcebible.
Y sin más nos peleamos como nunca. Ella lloraba y yo
me envolví con una capa tupida de orgullo. “-Esa mierda o yo.”-Fue la última vez que escuche su voz. Abrí la
puerta en respuesta y se marchó para no volver nunca.
Me arrepentí, claro que me arrepentí. En cuanto me
deshice de la capa me desmorone por dentro y arroje con furia un mechero que
tenía cerca contra la pared. Esa fue la única vez que considere seriamente
dejarlo, hasta me dispuse a pedirle perdón a Andrea. Pero nunca tuve
oportunidad de hacerlo.
Un trágico accidente de coche.
Dos heridos.
Un muerto.
Y muchas lágrimas. Muchísimas. Aún sigo llorando por
ella cada vez que la echo en falta, que es a cada momento.
La tarde que me entere de lo sucedido bebí fume como
una chimenea esperando olvidarlo todo, pero por el contrario a cada copa con su
respectivo cigarrillo ella volvía a mi cabeza y la frustración aumentaba. Ni el
agobio de no poder respirar ahora mismo es comparable a la presión que oprimía
mi pecho en ese momento. La causa era el dolor, y la de este era el maldito
tabaco. ¿Era su culpa? ¿O la mía por no haber sido más fuerte?
Me queme las puntas de los dedos varias veces cada
vez que trataba de encender el veneno que se suponía que debía calmarme, pues
las manos me temblaban como si me encontrara en un estadio cuatro de parkinson.
Sumido en mis pensamientos me pillé infraganti mirándolas
con tristeza y las tape entre las sabanas con exagerado nerviosismo. No quería
pararme a observar más de un instante, dando tiempo a mi mente a reconocer esas
uñas amarillas y palmas deterioradas.
Y no solo ellas estaban así, todo mi cuerpo estaba
marcado por mi única perdición; El pelo ralo y seco, como si con un descuido me
hubiera llevado un cigarro encendido a él y lo chamuscase. Los dientes
presumiendo de una gama de negros, no todos, pues alguno que otro me faltaba.
Pero que más da. Yo nunca sonreía, ya no.
Y por último pero no por ellos con menos importancia, aunque para mí no
la tenga, esta mi cara. Cualquiera diría que aparento diez años más de los que no dispongo. Es el
semblante de un hombre cansado, dolido y apaleado por la vida una y otra vez.
Pero eso sí, en compañía de su cigarrito. Fiel amigo que te acompaña y que a tu
saber te mata lentamente.
Que pena, un hombre amargado que se compadece de sí
mismo. Verdaderamente doy lastima.
Podría ser ahora mismo la viva imagen de la
decadencia, hasta podrían ponerme en una campaña publicitaría contra el tabaco.
Seguro que mi aspecto daba temor a embarcarse a aquella adicción.
Pero igual… aun así… sería en vano.
Todos aquellos que fumamos sabemos de sobra que nos
perjudica…y mucho. Uno comienza con este vicio en un momento de tu vida en el
que te crees invencible o diferente, y piensas, “Solo uno, yo controlo, no soy
como los demás. ¡Probemos!” Pero no. Ya puedes tener una voluntad curtida en
acero, que acabas siendo eslavo sin remedio de un cigarrillo. Dependes de ello
durante todo el día, siempre va a estar presente.
Así que aquí me hallaba yo, completamente solo, en
una cama vacía dentro de una casa vacía, esperando mi final, por lo que acabe
por encenderme otro pitillo intentando acelerar el proceso.
Triste.
Odiándome.
Compadeciéndome.
Y por supuesto, entre humo y con la esperanza de
esfumarme en él.
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