martes, 29 de marzo de 2016

A falta de estrellas

Cerré los ojos.
Antes pensaba que las estrellas habían brillado tanto durante el día que no tenían nada que ofrecerle a la noche, que desde ahí fue fría, desamparada y desconcertante.
Las sombras engulleron el resquicio de calidez que habían dejado unos rayos de luz que con el sol tocando la tierra se refugiaron en ella curiosos; los monstruos vencieron su miedo a la oscuridad para abrazarla saliendo de sus guaridas, queriendo calmar su llanto sin éxito alguno, pues los muy desdichados nunca tuvieron un rostro agradable...
Mientras tanto yo di demasiadas vueltas en la cama desesperada por el molesto centelleo de una farola. 
Entonces cerré los ojos con más fuerza.
Creo que comencé a soñar porque no recordaba tantísimas de esas lámparas altivas conquistando la calle. ¿Y qué hacía yo ahí? Me pregunté como otras veces he hecho aferrándome a una de ellas, y mire hacia arriba echando de menos el resplandor mortecino siempre en calma de la luna.
-Te odio. -Susurré al metal contra mi mejilla. -Escucha como se lamenta la noche, que no es ella misma sin las estrellas que estas cegando, y fuera de sí, que razón de ser tiene, si ni siquiera puedo dormir en ella. 
-Pero hay quien quiere estar despierto. -Me respondió y reía.
No pude rebatir eso. Tampoco tenía ganas de discutir con una farola. 
Ya arremeterán las polillas contra sus cristales gritando airadas, una y otra vez de forma frenética, quemándose las alas hasta caer rendidas, golpeando y golpeando. También están tristes. Desde hace demasiado tiempo que cuando anochece, el cielo no es el mismo.

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